Un reciente estudio publicado en Nature señala el incremento de ansiedad por los asuntos ambientales que se están presentando en nuestro planeta en los últimos años. Entre ellos, el cambio climático es el que más preocupa o, mejor dicho, el que genera una mayor ansiedad. Y especialmente entre los jóvenes que se ven viviendo en un mundo con un clima muy complicado de gestionar. 

En conferencias de los últimos años sobre el tema se repite el siguiente comentario: «menudo mundo vamos a dejar a nuestros hijos». La ecoansiedad, además de aspecto patológico, puede interpretarse como un efecto de inacción ante el problema, de aceptación resignada. En la acción contra el cambio climático juegan un papel fundamental los jóvenes, por supuesto. De ahí que sea tan necesaria recuperar las acciones de los «Fridays for future», que quedaron muy aminoradas tras la pandemia. 

Pero el grupo de edad de personas mayores es esencial para impulsar la lucha contra el cambio climático. Puede pensarse que, por edad, no debería preocuparles el cambio climático que prevé sus efectos más llamativos en unas décadas. Se da también el hecho de que hay mayores que niegan el cambio climático utilizando el recurso de una memoria climática, no basada en datos, que habla de calores, fríos y lluvias siempre más importantes en el pasado. Pero la reciente sentencia judicial a favor de las denominadas «jubiladas de Suiza» que denunciaron a su país por falta de acciones en defensa del cambio climático ha resultado ejemplar. 

En una sociedad europea, española, cada vez más envejecida, las acciones de las personas mayores de 65 años en materia de cambio climático, con su fidedigno testimonio sobre lo inusitado que estamos viviendo en materia atmosférica, es esencial. Ayudando a diseñar políticas; aportando sensatez en las soluciones a adoptar. Es un grupo social especialmente idóneo en esta coyuntura, un grupo con poca ansiedad ambiental porque la veteranía es un grado importante para el impulso de lo necesario, de lo posible.