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Crítica|Música

Alisa, Pascal y el niño-melómano

Un momento del concierto. Live Music Valencia

Temporada de primavera. Palau de la música. u Obras de Berlioz y Dusapin. Orquestra de València. Director: Baldur Brönnimann. Solista: Alisa Weilerstein (violonchelo).Entrada: Alrededor de 1.600 personas. Fecha: Jueves, 25 abril.

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No es mala idea abrazar la gran música de Pascal Dusapin (1955) entre las de su compatriota Héctor Berlioz. De hecho, ambos genios galos, junto con el violonchelo excepcional de Alisa Weilerstein, fueron los protagonistas y triunfadores de un programa de abono de la Orquestra de València en el que el director suizo Baldur Brönnimann mostró su mejor y peor perfil. Logró una versión más que notable de la absoluta obra maestra que es Outscape, el segundo concierto para violonchelo y orquesta de Dusapin, composición que, como precisa Francisco Coll -un lujo- en las notas al programa, «es un claro ejemplo del gran dominio del compositor francés a la hora de expandir una idea sencilla a un insólito complejo sonoro». Como contrapartida, Brönnimann, que ya dirigió a la OV en febrero de 1919 en un concierto en el que solo brilló el pianista Borís Giltburg, reveló en esta nueva visita ser un buen-mal director, y, como tal, brindar una versión nada fantástica y de brocha gorda de la fantástica Sinfonía fantástica, en la que se limitó a marcar y dibujar la voz cantante en cada momento, y descuidar el complejo entramado y equilibrio con el que el genio orquestador de Berlioz envuelve los temas y motivos melódicos.

 Alisa Weilerstein quien estrenó Outscape en 1996, junto con la Sinfónica de Chicago, afrontó esta página maestra de Dusapin con la naturalidad, entrega y convicción de quien toca el concierto de Dvořák o Elgar. No cabe interpretación más rotunda, opulenta, perfilada y perfecta. El propio Dusapin -quien asistió a este estreno en España de su obra maestra, y recogió en el escenario el aplauso y reconocimiento de todos, ¡hasta de un silencioso niño de apenas tres años sentado cerca del crítico!- lo comentaba después bien contento en petit comité: «Nadie ha tocado ni toca este concierto como Alisa». Un honor para la OV estrenar en España esta obra fundamental de su época, con una solista tan ideal como la violonchelista estadounidense -nació en Rochester, en 1982; está casada con el director venezolano Rafael Payare-, y en presencia del propio Dusapin. La guinda y complemento perfecto llegó con el regalo de una sarabanda de Bach que congeló el mundo. Incluido al niño-melómano.

La OV sonó por debajo de sus posibilidades en la poco pulida Sinfonía fantástica. Faltó frescura, sentido dramático, fantasía y la luminosidad, colores y registros en una versión mal calibrada y fraseada con vulgar simpleza. Responsabilidad de un director de orquesta ajeno al nuevo espíritu romántico que alienta al revolucionario Berlioz que con 27 años culmina esta sinfonía novedosa y reveladora de nuevos universos sonoros. Nada que ver con la orquesta escuchada solo una semana antes con Britten y Ravel bajo el gobierno de su titular, Alexander Liebreich. Frente a intervenciones poco afortunadas de algunos atriles, hay que destacar secciones como los fagotes, timbales y percusión, arpas, y unos metales -¡brava María Rubio- que tuvieron la virtud de no dar la nota en ningún momento. El corno inglés cantó con calor y color, junto con un oboe que no le fue a la zaga. El clarinetista José Vicente Herrera mostró que aún mantiene esos pianísimos que tanto han distinguido su larga carrera. Al final, pululaban para siempre en la memoria los sonidos de Alisa y Pascal. También el silencio del niño-melómano.

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